Todos conocemos personas que tienen algún tipo de fallo que
les ocurre a menudo. Por ejemplo expresan muchas más cosas de las necesarias
para lo que se quiere hablar, se ponen nerviosas o pierden la calma ante
ciertos tipos de conflictos, hablan rápido aunque se les haya dicho mil veces
que no se les entiende, etc.
Este tipo de conductas, así como hechos mucho menos evidentes,
muestran que la persona no es plenamente consciente de sus actos, y por tanto
no tiene control completo sobre ellos.
¿Acaso tal cosa es posible? ¿Se puede tener control absoluto
de uno mismo? Por supuesto se puede conseguir, y no requiere manipulación sino
autoconocimiento.
A modo de resumen, es necesario ser conscientes de cuándo
estamos actuando por impulso (o que parte de nuestra actuación es impulsiva) o cuándo
actuamos por voluntad propia, puesto que ambas cosas son excluyentes.
El primer gran paso es ser capaces de reconocer que efectivamente
un impulso no es voluntario, sino que es consecuencia de algo irracional que
genera una respuesta automática.
¿Cómo ser capaces de reconocerlo? Dándonos cuenta que no
llegamos a controlarlo, que emerge independientemente de que las circunstancias
requieran o no ese acto.
Las primeras veces esto es algo terriblemente difícil de
conseguir, puesto que la persona está tan habituada a ese tipo de reacción que
considera que es algo natural, algo que forma parte de ella. Sin embargo las
personas que han superado un impulso son plenamente conscientes que no tenía
sentido, que eso evitaba que pudieran aplicar toda su conciencia en el momento
en que estaban siendo afectadas, y por lo tanto su respuesta no era óptima.
De la necesidad de entender que tenemos un impulso emerge
uno de los conceptos clave, la sinceridad con uno mismo. Es habitual que las
personas no se cuestionen lo que hacen o que lo hagan muy parcialmente, pero
esto es contraproducente porque limita en gran manera nuestras opciones de
evolución.
Por supuesto no hay que ir al extremo de cuestionarnos todo,
puesto que pronto nos generaríamos complejos que nos limitarían. Como siempre
la clave es el equilibrio, no se puede abarcar todo de una vez.
Si nuestra mente está habituada a un impulso, va a intentar
justificarlo por todos los medios, generando razonamientos de lo más diversos
para mantenerlo. Si se observan a fondo esos razonamientos, como causa última
no va a poder encontrarse nada más que un “porque sí”, es decir, nada que tenga
sentido. Es lógico puesto que se está justificando algo que no tiene base.
Es por tanto necesaria cierta capacidad de análisis
objetiva, que por supuesto se obtiene con la práctica. Y la objetividad
requiere control sobre el propio ego. No hay nada tan generador de análisis
irracionales como el ego, es decir, el no ser capaz de ver las cosas como son.
Aquel ser narcisista que busca destacar a la mínima
oportunidad; aquel ser depresivo que busca generar lástima; aquella persona que
busca ventaja mediante la manipulación; etc. Pero también quien está más
centrado y solo manipula o se automanipula alguna vez… Todos quienes caen en
estas circunstancias se están dejando llevar por su ego y nublan su visión, con
lo que no pueden actuar con plena conciencia, y por tanto se alejan de su
capacidad óptima de actuación.
Esto es lamentablemente algo muy habitual puesto que la
sociedad no lleva a los individuos a cuestionarse estas cosas. Por tanto hay
mucho trabajo pendiente al respecto, primero en nosotros mismos y luego para
poder ayudar a los demás a superar estos problemas.