Cuando queremos explicar alguna cosa, nuestra pretensión
principal es lógico que sea que nos entiendan. Si no es así, si nos centramos
simplemente en exponer nuestro punto sin tener en cuenta los posibles
conocimientos o reacciones de la otra persona, limitamos mucho la efectividad
de la comunicación.
Alguien no empático en una comunicación, ante una duda va a
dar siempre el mismo mensaje sin reelaborarlo, como esperando que repitiendo lo
mismo varias veces pueda comprenderse distinto. O quizás intente explicarlo distinto,
pero no tenga en cuenta las reacciones del otro, las cuales pueden dar pistas
de lo que no se entiende, o tampoco se le ocurra hacer preguntas clave que
puedan aclarar de dónde surgen las dudas.
¿Cuántas veces hemos visto que alguien, cuando ve que no se
le entiende, en vez de buscar dónde está la duda del otro habla y habla sin
parar? Por supuesto eso no tiene sentido. Hay que buscar el origen de la duda
interaccionando con la otra persona.
Por tanto la comunicación mejora si tenemos una mayor empatía
con nuestros interlocutores, puesto que esta nos hace ser más sensibles e
interactivos para encontrar lo que posiblemente no entiendan. O puede por
supuesto que quienes estemos equivocados seamos nosotros, y difícilmente
podremos verlo si no hay comunicación en los dos sentidos.
¿Qué hay en el otro extremo de la empatía? La imposición.
Quien quiere imponerse no solo no es empático sino que es agresivo ante la
duda. Por tanto muy difícilmente va a conseguir su objetivo de que los otros le
comprendan, aunque probablemente no le interese que le comprendan, solo que
sigan ciegamente lo que quiere imponer. Por supuesto esto va a ser terreno
abonado para conflictos.
La comunicación es la base de una buena relación de cualquier
tipo. Si se es empático, apenas aparecen conflictos y todo funciona mucho
mejor.