lunes, 17 de diciembre de 2012

Comentarios sobre la frase de C G. Jung:

"Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma"


Es necesario matizar la frase “lo que aceptas te transforma” de diversas formas.
La parte más importante del concepto de la frase implica “ver las cosas como son”. Eso es necesario, porque si no nos engañaríamos y nuestras acciones consecuentes darían problemas.

También es importante recalcar que no puede entenderse de la frase el concepto “puesto que acepto como es, no lo cambio”. Aquel que tiene una conciencia amplia actúa en pos de mejorar aquello que no funciona.

La parte más difícil con diferencia es tener incorporado “ver las cosas como son”. Es difícil porque puesto que tenemos ego, manipulamos la realidad en pos de nuestros deseos. Por tanto solo ve quien supera el deseo, quien deja de necesitar, algo arto difícil puesto que la sociedad está orientada en dirección absolutamente contraria.

Es por tanto necesario un trabajo continuo y persistente de aumento del autoconocimiento y liberación de los impulsos (reflejo clarísimo de necesidad), algo que requiere de visión a largo término y valentía, puesto que nos llevará a contradicciones inevitables con nuestro entorno.

No se trata de manipularnos para creer que no necesitamos. Se trata de entender, de tener incorporado racionalmente, que en realidad no necesitamos.

Tampoco se trata de ser asceta. Es perfectamente racional y equilibrado tener preferencias por tener coche, casa, etc. Pero eso no nos va a quitar el sueño si realmente estamos equilibrados.

Adicionalmente, si crees que el exterior es un reflejo de nuestro interior como muchos sugieren, vivirás en un mar de contradicciones puesto que no encontrarás razones para cosas que van a ocurrirte. Simplemente no tenemos el control de todo puesto que no estamos solos, los demás también toman sus decisiones y muchas de ellas nos afectan. Por tanto es importante marchar en pos de un equilibrio social.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Si observamos fallos recurrentes…


Todos conocemos personas que tienen algún tipo de fallo que les ocurre a menudo. Por ejemplo expresan muchas más cosas de las necesarias para lo que se quiere hablar, se ponen nerviosas o pierden la calma ante ciertos tipos de conflictos, hablan rápido aunque se les haya dicho mil veces que no se les entiende, etc.

Este tipo de conductas, así como hechos mucho menos evidentes, muestran que la persona no es plenamente consciente de sus actos, y por tanto no tiene control completo sobre ellos.

¿Acaso tal cosa es posible? ¿Se puede tener control absoluto de uno mismo? Por supuesto se puede conseguir, y no requiere manipulación sino autoconocimiento.

A modo de resumen, es necesario ser conscientes de cuándo estamos actuando por impulso (o que parte de nuestra actuación es impulsiva) o cuándo actuamos por voluntad propia, puesto que ambas cosas son excluyentes.

El primer gran paso es ser capaces de reconocer que efectivamente un impulso no es voluntario, sino que es consecuencia de algo irracional que genera una respuesta automática.

¿Cómo ser capaces de reconocerlo? Dándonos cuenta que no llegamos a controlarlo, que emerge independientemente de que las circunstancias requieran o no ese acto.

Las primeras veces esto es algo terriblemente difícil de conseguir, puesto que la persona está tan habituada a ese tipo de reacción que considera que es algo natural, algo que forma parte de ella. Sin embargo las personas que han superado un impulso son plenamente conscientes que no tenía sentido, que eso evitaba que pudieran aplicar toda su conciencia en el momento en que estaban siendo afectadas, y por lo tanto su respuesta no era óptima.

De la necesidad de entender que tenemos un impulso emerge uno de los conceptos clave, la sinceridad con uno mismo. Es habitual que las personas no se cuestionen lo que hacen o que lo hagan muy parcialmente, pero esto es contraproducente porque limita en gran manera nuestras opciones de evolución.

Por supuesto no hay que ir al extremo de cuestionarnos todo, puesto que pronto nos generaríamos complejos que nos limitarían. Como siempre la clave es el equilibrio, no se puede abarcar todo de una vez.

Si nuestra mente está habituada a un impulso, va a intentar justificarlo por todos los medios, generando razonamientos de lo más diversos para mantenerlo. Si se observan a fondo esos razonamientos, como causa última no va a poder encontrarse nada más que un “porque sí”, es decir, nada que tenga sentido. Es lógico puesto que se está justificando algo que no tiene base.

Es por tanto necesaria cierta capacidad de análisis objetiva, que por supuesto se obtiene con la práctica. Y la objetividad requiere control sobre el propio ego. No hay nada tan generador de análisis irracionales como el ego, es decir, el no ser capaz de ver las cosas como son.
Aquel ser narcisista que busca destacar a la mínima oportunidad; aquel ser depresivo que busca generar lástima; aquella persona que busca ventaja mediante la manipulación; etc. Pero también quien está más centrado y solo manipula o se automanipula alguna vez… Todos quienes caen en estas circunstancias se están dejando llevar por su ego y nublan su visión, con lo que no pueden actuar con plena conciencia, y por tanto se alejan de su capacidad óptima de actuación.

Esto es lamentablemente algo muy habitual puesto que la sociedad no lleva a los individuos a cuestionarse estas cosas. Por tanto hay mucho trabajo pendiente al respecto, primero en nosotros mismos y luego para poder ayudar a los demás a superar estos problemas.


martes, 14 de febrero de 2012

El fracaso del impulso


El impulso es consecuencia en primera instancia de nuestra herencia genética que ha promovido lo defensivo. Saltamos para huir de un ruido a nuestra espalda, quitamos la mano al quemarnos la punta de un dedo, esquivamos un golpe de algo que nos viene encima… Por supuesto eso es enteramente correcto, no podemos estarnos a pensar “¡Huy! Me estoy quemando. Quitaré la mano…”

El problema viene al ser impulsivos también en aquello que no requiere instinto defensivo, sino que es consecuencia de una falta de análisis. Y en general esa falta de análisis es consecuencia del ego, que nos ata a preconceptos, o a lo que estamos acostumbrados, o a lo que creemos necesario...

Pongo el ejemplo de la toma excesiva de alcohol. La persona justifica el emborracharse de una u otra forma. De hecho todos los actos irracionales que cometemos van a encontrar el acomodo de una justificación mental, lo cual por supuesto no les da validez.

Algunas de las justificaciones habituales serían el buscar desinhibirse,  el no desentonar con el grupo, o simplemente que nos gusta el alcohol.

Dentro de la lógica de la justificación, el individuo no siente su acto como consecuencia de un impulso, pero eso es solo por la falta de análisis consciente.

También podría buscarse apoyo moral en el desconocimiento, por ejemplo en la época donde no se había hecho público que el tabaco perjudica la salud, pero eso ya no es válido hoy en día. Tampoco lo era antes porque la persona sabía que estaba usando el fumar para escapar de algo, y en vez de solucionar el problema escapaba de él, algo que pone en evidencia la base irracional del impulso.

Un requisito muy importante para poder solucionar el problema es darnos cuenta que tenemos la capacidad real de analizar nuestros actos dejando de lado todo el bagaje psicológico que hemos creado para no ver las cosas como son. Si te preguntas por qué lo haces, y tu respuesta es un concepto que tienes aprendido, es que estás recordando, no analizando. El análisis requiere observar sin preconceptos, y total sinceridad con uno mismo. Todo atisbo de impulso va a indicar que no se está analizando en realidad, y por tanto no habrá avance sólido.

Cuando se está acostumbrado a no analizar, o a no analizar ciertas cosas, es difícil cambiar la tendencia, pero siempre es posible. Con la práctica esto se vuelve natural, y la persona empieza a descartar instintivamente esos impulsos que ahora se da cuenta que tanto la perjudicaban.

Cuanto más impulsivos seamos más trabajo y tiempo nos va a requerir superarlo, pero la clave es no desfallecer, y la recompensa será el ver que por fin actuamos cuerdamente en eso que en el fondo nos causaba dolor interior, aunque quisiéramos disfrazarlo de placer.

Todo esto implica que nunca vas a poder encontrar una solución externa definitiva a tu pequeño impulso o a tu gran adicción, solo parches, puesto que solo la actuación consciente continua es capaz de evitar la consecuencia inevitable de actuar inconscientemente o autoengañándose, es decir, el impulso.