miércoles, 12 de septiembre de 2012

Si observamos fallos recurrentes…


Todos conocemos personas que tienen algún tipo de fallo que les ocurre a menudo. Por ejemplo expresan muchas más cosas de las necesarias para lo que se quiere hablar, se ponen nerviosas o pierden la calma ante ciertos tipos de conflictos, hablan rápido aunque se les haya dicho mil veces que no se les entiende, etc.

Este tipo de conductas, así como hechos mucho menos evidentes, muestran que la persona no es plenamente consciente de sus actos, y por tanto no tiene control completo sobre ellos.

¿Acaso tal cosa es posible? ¿Se puede tener control absoluto de uno mismo? Por supuesto se puede conseguir, y no requiere manipulación sino autoconocimiento.

A modo de resumen, es necesario ser conscientes de cuándo estamos actuando por impulso (o que parte de nuestra actuación es impulsiva) o cuándo actuamos por voluntad propia, puesto que ambas cosas son excluyentes.

El primer gran paso es ser capaces de reconocer que efectivamente un impulso no es voluntario, sino que es consecuencia de algo irracional que genera una respuesta automática.

¿Cómo ser capaces de reconocerlo? Dándonos cuenta que no llegamos a controlarlo, que emerge independientemente de que las circunstancias requieran o no ese acto.

Las primeras veces esto es algo terriblemente difícil de conseguir, puesto que la persona está tan habituada a ese tipo de reacción que considera que es algo natural, algo que forma parte de ella. Sin embargo las personas que han superado un impulso son plenamente conscientes que no tenía sentido, que eso evitaba que pudieran aplicar toda su conciencia en el momento en que estaban siendo afectadas, y por lo tanto su respuesta no era óptima.

De la necesidad de entender que tenemos un impulso emerge uno de los conceptos clave, la sinceridad con uno mismo. Es habitual que las personas no se cuestionen lo que hacen o que lo hagan muy parcialmente, pero esto es contraproducente porque limita en gran manera nuestras opciones de evolución.

Por supuesto no hay que ir al extremo de cuestionarnos todo, puesto que pronto nos generaríamos complejos que nos limitarían. Como siempre la clave es el equilibrio, no se puede abarcar todo de una vez.

Si nuestra mente está habituada a un impulso, va a intentar justificarlo por todos los medios, generando razonamientos de lo más diversos para mantenerlo. Si se observan a fondo esos razonamientos, como causa última no va a poder encontrarse nada más que un “porque sí”, es decir, nada que tenga sentido. Es lógico puesto que se está justificando algo que no tiene base.

Es por tanto necesaria cierta capacidad de análisis objetiva, que por supuesto se obtiene con la práctica. Y la objetividad requiere control sobre el propio ego. No hay nada tan generador de análisis irracionales como el ego, es decir, el no ser capaz de ver las cosas como son.
Aquel ser narcisista que busca destacar a la mínima oportunidad; aquel ser depresivo que busca generar lástima; aquella persona que busca ventaja mediante la manipulación; etc. Pero también quien está más centrado y solo manipula o se automanipula alguna vez… Todos quienes caen en estas circunstancias se están dejando llevar por su ego y nublan su visión, con lo que no pueden actuar con plena conciencia, y por tanto se alejan de su capacidad óptima de actuación.

Esto es lamentablemente algo muy habitual puesto que la sociedad no lleva a los individuos a cuestionarse estas cosas. Por tanto hay mucho trabajo pendiente al respecto, primero en nosotros mismos y luego para poder ayudar a los demás a superar estos problemas.